Si buceamos un poco en nuestra memoria, seguramente todos nos acordamos de aquellos actos escolares de nuestra niñez, donde con las maestras y nuestros compañeros festejábamos el 12 de Octubre como una fecha fundamental para todos los americanos. Nos hablaban de la trascendencia de la llegada del europeo, de sus enseñanzas, los beneficios de incorporarnos a la civilización y la importancia de haber sido “descubiertos” por Cristóbal Colón y sus hombres.
¿Quién no recuerda los dibujos, afiches y figuritas de las carabelas que hacíamos y pegábamos en nuestros cuadernos y aulas?, la Santa María, la Pinta y la Niña que eran como un símbolo de crecimiento y prosperidad para los pueblos “ignorantes y salvajes” que habitaban estas tierras.
Nos enseñaron que el 12 de Octubre de 1492, los españoles llegaron a rescatarnos y enseñarnos con su enorme sabiduría el mérito de su cultura, el progreso magnífico de su mundo y la belleza de su fe. Era el Día de la Raza, y debíamos celebrarlo siempre con la mayor alegría y felicidad posibles. También con agradecimiento, claro, por recibir de sus manos todos los beneficios y bondades que significaba su llegada a nuestro continente.
El tiempo pasó, esos niños de ayer y hombres de hoy, empezamos a entender cabalmente muchas otras cosas, a comprender que no todo es motivo de festejo y que por detrás de aquellas imágenes y cuentitos había otra realidad, la de nuestros pueblos originarios. Fuimos creciendo y con ello, advirtiendo que el proceso evidenciaba otros aspectos y de los cuales nadie nos había hablado.
Entendimos principalmente que esos mal llamados “indios”, dueños legítimos de estas tierras, fueron víctimas de un sometimiento, exterminio y aniquilamiento criminales, con la destrucción absoluta de su cultura y una violencia a sangre y fuego que incluyó castigos de todo tipo, trabajos forzosos, hambre, desarraigo y muerte.
Las figuritas y dibujos se fueron transformando, y aquellas imágenes fueron adquiriendo otros matices mucho más oscuros, porque comprendimos que en realidad se trataba de auténticos invasores que llegaron a aplastar y arrasar con todo lo nuestro.
La degradación étnica, la destrucción cultural y el apoderamiento de sus riquezas siguió produciéndose en un largo proceso con las dos Campañas al Desierto y otras tantas expediciones militares con idénticos objetivos criminales, la negación absoluta de sus derechos y la apropiación de millones de hectáreas de la mejor tierra.
Los descendientes de aquellos antepasados, nuestros antepasados, siguen padeciendo hoy la negación de sus derechos y el desconocimiento más absoluto de sus legítimas atribuciones como pueblos originarios de la tierra que no fue descubierta, sino invadida.
Retumban aún en cada centímetro de nuestro territorio los gritos desgarradores de aquellas civilizaciones que fueron avasalladas y aniquiladas; y pensando en ellos, Querandíes, Pampas, Ranqueles, Guaraníes, Charrúas, Mocovíes, Diaguitas, Quilmes, Lules, Matacos, Tobas, Abipones, Guaycurúes, Huarpes, Tehuelches, Araucanos, Mapuches, Onas, Yaganes, Comechingones y Sanavirones, entre otros, no puedo ni quiero celebrar nada nunca más un 12 de Octubre.
Ya no quiero dibujar aquellas carabelas como las naves de los descubridores, sino como lo que fueron, las carabelas de los invasores.-
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