Dos nuevos casos de violencia familiar se han sumado hoy a la larga lista de hechos donde padres, verdaderos monstruos, manifiestan una conducta agresiva y homicida contra sus propios hijos. El primero, ocurrido en el departamento de Lavalle, provincia de Mendoza, donde un hombre roció con combustible las piernas de su hija de 6 años, para luego prenderle fuego. Según las declaraciones de los vecinos, Sirico Quispe de nacionalidad boliviana, reaccionó de esa manera al observar a la nena “sacar algunas monedas de la billetera de un vecino, para comprarse un globo, por lo que la tomó de la mano, le arrojó combustible en sus piernas y le prendió fuego”. También se lo acusó de haber golpeado salvajemente con un cinto a otro de sus hijos, aparentemente por el mismo hecho que provocó el ataque a su hermanita.
El otro caso, más espeluznante aún, sucedió en la ciudad de Santa Fe, donde un individuo de 27 años en medio de una discusión con su ex pareja, le quita a la mujer el bebé de sus brazos para golpearlo violentamente contra la vereda. La criatura, de tres meses y cuyo nombre era Jeremías, murió minutos después en el Hospital Clemente Álvarez, como consecuencia del “estallido de su cráneo”.
En ambos casos, la detención de estos incalificables sujetos se produjo en forma inmediata, pero como siempre el sistema llega para el después, y nunca para el antes con la prevención que verdaderamente se requiere para evitar estos hechos de violencia familiar.
Como lo he dicho ya en numerosos artículos y conferencias, estos casos no son el primer síntoma que evidencian estos monstruos, muy por el contrario, son la consecuencia de una reiteración de episodios violentos anteriores, y fundamentalmente, de una dejadez y pasividad de quienes debieron intervenir con antelación y no lo hicieron. Las madres y familiares que no denunciaron a tiempo los ataques anteriores, los asistentes sociales que miraron para otro lado, y todo el sistema policial y judicial que juega con su burocracia y sus estadísticas sin sentido, son responsables de estos hechos que se están repitiendo minuto a minuto en nuestro país.
Decíamos en la nota anterior, que “son tan espeluznantes e incomprensibles este tipo de conductas que no alcanzan las palabras para encontrar una definición que encierre el horror, la bronca y la impotencia que despierta el comportamiento criminal de un padre que asesina, viola, golpea o maltrata a sus propios hijos”.
Y tampoco se nos hace fácil opinar con moderación sobre las penas, concretas y efectivas, que se merecerían estos criminales, que más allá del horror, ponen en evidencia lo enfermos que estamos como sociedad con esta clase de padres monstruos.-
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