Considerando el pedido de varios lectores, tanto aquí en el blog como en el anexo en Facebook, para que escriba sobre el Caso Schoklender, me preguntaba anoche qué más puede decirse de un escándalo como éste, donde minuto a minuto surgen más informaciones sobre lo que es, sin dudas, el ejemplo más acabado de la corrupción y su perversa estructura instalada en las más altas esferas del poder.
¿Qué más puede decirse de un caso que sólo huele a corrupción, complicidad, encubrimiento y ahora también, una desesperante intención de muchos de despegarse lo mejor posible antes del salpicado final?, ¿qué más agregar a un caso que asquea profundamente por sus características y su sospechosa vinculación con aquellos que hasta ayer, venían escondiéndose en el disfraz de la decencia, la verdad y la defensa de los valores más nobles de nuestra sociedad?.
Creo que somos muchos los que hoy, frente a la conducta de Sergio Schoklender, sentimos que esto ya lo sabíamos y que aquellas sospechas que nos producía su integración con las Madres de Plaza de Mayo, encuentran ahora sus razones y fundamentos. Más de uno pensamos que nada bueno podía esperarse de un acercamiento tan particular entre un parricida y una asociación que enarbola la defensa de los derechos humanos. Y no nos equivocamos.
Las recientes declaraciones de Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, confirman también la enorme brecha que la diferencia con personas como Hebe de Bonafini, a quien seguramente le está resultando muy difícil convencer a la opinión pública de su desconocimiento sobre lo que ha venido sucediendo en el corazón mismo de la asociación que ella dirige.
Por más que nos subestimen día a día, los argentinos no somos estúpidos, y hemos aprendido ya con tremendos profesores lo que es la mugre y el virus de la corrupción, hoy lamentablemente instalado en muchos de los estamentos sociales de nuestro país.
Las cifras millonarias que el gobierno entregó sin control, los negociados personales, el enriquecimiento ilícito evidente y la connivencia que algunos pretenden ocultar detrás de su supuesta ignorancia sobre lo que sucedía, tiñen de absoluta repugnancia un caso donde más de uno, en el mejor de los supuestos, no hizo sino más que mirar para otro lado.
Se ha estafado una vez más la credibilidad pública, con fondos nacionales que nos pertenecen a todos y en cuyo manejo, se advierte claramente un desinterés total por la transparencia y el control. Han abusado nuevamente de nuestra confianza, inflando costos, evadiendo impuestos, generando deudas previsionales, e incumpliendo en pagos y obligaciones. Pero lo que es mucho peor, han bastardeado la verdadera lucha por los derechos humanos, regalando peligrosamente argumentos a los defensores de lo indefendible.
El desprecio rotundo que han evidenciado Schoklender, sus cómplices y protectores, por las más elementales normas de dignidad pública, resulta seriamente agravado por la conducta posterior de los que no cesan en ocultarse en el oscuro mundo de la corrupción y la impunidad. Y aunque lo intenten con desesperación y declaraciones de presunta objetividad, o simplemente con su silencio, no lograrán ya engañar a nadie. Es demasiado nauseabundo todo esto y difícilmente puedan taparlo.-
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