La sociedad cordobesa se ha visto conmocionada hoy por la horrorosa noticia del asesinato de dos hermanitos de cinco y dos años de edad por parte de su propio padre. Según las informaciones periodísticas, el albañil José Liendo, que se encontraba separado y en relación conflictiva con la madre de los niños, se habría llevado a los menores -Axel de cinco y Thiago de dos años- del domicilio materno, como consecuencia de una dura discusión con su ex pareja. Según lo confesó en una carta dejada en el lugar, con el mensaje “Si querés ver a los chicos, los vas a ver en el cielo”, el objetivo de Liendo habría sido dar muerte a sus hijos como “castigo por el mal comportamiento de su madre”. El hecho se produjo en el monte Las Jarillas, cerca de la localidad cordobesa de Icho Cruz, donde finalmente se encontraron los cuerpos de ambos niños, quienes habrían sido asesinados en la medianoche de ayer como consecuencia de golpes producidos con un elemento contundente tipo martillo.
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Es tan espeluznante e incomprensible este tipo de conductas que no alcanzan las palabras para encontrar una definición que comprenda en su totalidad lo horroroso de un hecho de esta naturaleza. No hay definición que encierre el horror, la bronca y la impotencia que despierta el comportamiento criminal de un padre que asesina a golpes a sus propios hijos de dos y cinco años. Y frente a estos hechos, absolutamente incomprensibles e indignantes, una vez más la sociedad reclama a gritos la implementación de la pena de muerte. En diferentes medios de comunicación hoy se han sugerido castigos ejemplares para el homicida como “herirlo y dejarlo moribundo en un descampado hasta que se lo coman los bichos del campo”, “castrarlo sin piedad y luego cárcel de por vida en pabellón común”, “matarlo también a golpes con el mismo martillo”, “matarlo lentamente”, “sentarlo en la Plaza San Martín y que la gente lo apedree hasta que se muera”, “inyectarle ácido”, “amordazarlo y entregarlo a los familiares para que hagan con él lo que les plazca”, “colgarlo en el medio de la plaza”, “tenerlo en prisión bien alimentado, sano hasta que alguien necesite un órgano y sacarle lo que sirva”, etc. En estas opiniones y sugerencias, tan o más crueles que el mismo hecho, se advierte la enorme desconfianza que evidencia la sociedad en nuestro sistema de justicia, porque muchos o casi todos los que han emitido su comentario, hacen hincapié en que si no se procede esta forma dentro de muy poco tiempo este homicida va a quedar libre como consecuencia de la benignidad del sistema, una conmutación, reducción de pena o peor aún, un error de la justicia.
.Es tan espeluznante e incomprensible este tipo de conductas que no alcanzan las palabras para encontrar una definición que comprenda en su totalidad lo horroroso de un hecho de esta naturaleza. No hay definición que encierre el horror, la bronca y la impotencia que despierta el comportamiento criminal de un padre que asesina a golpes a sus propios hijos de dos y cinco años. Y frente a estos hechos, absolutamente incomprensibles e indignantes, una vez más la sociedad reclama a gritos la implementación de la pena de muerte. En diferentes medios de comunicación hoy se han sugerido castigos ejemplares para el homicida como “herirlo y dejarlo moribundo en un descampado hasta que se lo coman los bichos del campo”, “castrarlo sin piedad y luego cárcel de por vida en pabellón común”, “matarlo también a golpes con el mismo martillo”, “matarlo lentamente”, “sentarlo en la Plaza San Martín y que la gente lo apedree hasta que se muera”, “inyectarle ácido”, “amordazarlo y entregarlo a los familiares para que hagan con él lo que les plazca”, “colgarlo en el medio de la plaza”, “tenerlo en prisión bien alimentado, sano hasta que alguien necesite un órgano y sacarle lo que sirva”, etc. En estas opiniones y sugerencias, tan o más crueles que el mismo hecho, se advierte la enorme desconfianza que evidencia la sociedad en nuestro sistema de justicia, porque muchos o casi todos los que han emitido su comentario, hacen hincapié en que si no se procede esta forma dentro de muy poco tiempo este homicida va a quedar libre como consecuencia de la benignidad del sistema, una conmutación, reducción de pena o peor aún, un error de la justicia.
Una de las problemáticas más difíciles que estudia la Criminología es la relacionada a los delitos que se cometen en el seno del mismo grupo familiar, con consecuencias graves como trastornos emocionales, maltrato, lesiones, intento de homicidio, violación y homicidio. Desde la perspectiva criminológica, se sabe que hay elementos previos en la conducta del homicida, que a modo de proceso violento, van evidenciando la gestación de una futura y grave peligrosidad en ese individuo, por lo que resulta muy importante actuar frente a esos comportamientos para evitar un desenlace como el sucedido en este caso. Según las declaraciones del tío de los niños, José Liendo, “le pegaba mucho” a la madre de éstos, lo que había originado la separación de la pareja y una permanente situación conyugal conflictiva. Hubo señales previas, hubo violencia anterior que ya ponía de manifiesto el comportamiento patológico de este hombre y podía suponerse que como consecuencia del despecho recaería su agresión sobre las víctimas más vulnerables, sus propios hijos.
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He escrito mucho sobre pena de muerte, incluso en este blog pueden encontrar en las entradas una nota al respecto, y siempre he mantenido una postura contraria a su implementación, pero debo reconocer que frente a casos de esta naturaleza, mis convicciones se enfrentan de tal modo que la claridad de las mismas empieza a diluirse en el marco de una profunda crisis. Es mucho el dolor, la bronca, la impotencia y el asco que me produce la persona que es capaz de hacer algo así. Perdón, pero no puedo ocultarlo, no puedo.-