
En la mañana de hoy, fue encontrado en un descampado de la localidad bonaerense de Rafael Castillo, el cuerpo sin vida del niño de un año y seis meses que había sido secuestrado junto a su madre días atrás en el barrio porteño de Liniers. Según las informaciones periodísticas, se está trabajando en las hipótesis de un posible “ajuste de cuentas” de la comunidad china, ya que la madre del menor es de esa nacionalidad, o bien en "una venganza personal" del ex marido de la mujer, un comerciante con el que la misma tendría una relación sumamente conflictiva.
Ayer se confirmó también, que el cuerpo encontrado en una bolsa en la localidad de Moreno, provincia de Buenos Aires, fue identificado como correspondiente al niño de seis años Marcos De Palma, hijo del empresario Domingo De Palma, secuestrado y asesinado días atrás. El cadáver del niño estaba calcinado, decapitado y con las manos cortadas, y según los primeros informes criminalísticos habría sido asesinado a golpes hace aproximadamente tres días, por lo que se estableció como causa de la muerte una “pérdida brusca de sangre”.
Seguramente podríamos seguir con esta lista macabra de hechos criminales donde resultan víctimas niños y adolescentes en nuestro país, pero lo verdaderamente importante es preguntarnos qué nos está pasando como sociedad para que se repitan uno a uno esta clase de crímenes en perjuicio de las víctimas más vulnerables de nuestra composición social.
Los medios periodísticos reflejan estos aberrantes hechos casi con la naturalidad cotidiana con que informan el clima, sin ahondar en las verdaderas razones que están motivando este despliegue de absoluta violencia en perjuicio de los más débiles, como son los niños y niñas de toda sociedad. Se informa que “se trataría de un ajuste de cuentas”, del accionar de “mafias” de tal o cual comunidad, o una “venganza del ex marido o pareja”, como si la aceptación de dichos supuestos implicasen de alguna manera la justificación del horror.
Peor es aún, la posición de quienes son receptores de dichas informaciones, porque tampoco manifiestan en la mayoría de los casos, una reacción social acorde al espanto que se le está informando. Hay una actitud de desinterés y pasividad que no se condice con la preocupación que deberíamos mantener como sociedad organizada frente a hechos y asesinatos tan aberrantes como los que están sucediendo.
Y como lo he expresado ya en reiteradas oportunidades, mientras la justicia y su estructura siguen patinando en el campo de la ineficiencia, y los políticos jugando con los naipes del poder y sus ambiciones personales, la sociedad argentina sigue como impávida sumando inocentes víctimas a una lista de dolor y horror.-
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