En estos 200 años que han transcurrido desde aquel 25 de Mayo de 1810 hasta el presente, son muchos los acontecimientos que pueden destacarse como positivos o negativos para la formación y desarrollo de la Argentina como país. Un largo proceso que ha incluido enfrentamientos de todo tipo, una extensa guerra civil, los proyectos como país federal, la inmigración con su influencia cultural y política, guerras y una democracia permanentemente interrumpida por numerosos golpes de Estado.
Los argentinos somos el resultado de la mezcla de un sinfín de componentes e ingredientes, y como en toda mezcla, hay contradicciones y paradojas de identidad que nos caracterizan y definen como tales. Somos y fuimos irrespetuosamente extraños y contradictorios, con un padre de la patria que se consagró héroe militar en España y murió en Francia, o el creador de nuestra bandera, formado en la rigidez de la burocracia hispánica, que hablaba de los beneficios de un posible imperio de la princesa de Portugal que estaba asilada en Brasil.
Los que hoy definimos, recordamos y honramos como héroes, fueron en su momento partícipes de las mayores contradicciones y persecuciones, hasta sus propios subordinados o seguidores, por décadas se han perseguido, asesinado, deportado, fusilado y degollado entre ellos.
Los enfrentamientos enérgicos y a muerte entre unos y otros, del estilo “blanco o negro”, como el “unitario o federal”, “San Martín o Belgrano”, “peronista o antiperonista”, han sido una constante en nuestra historia y en nuestra identidad.
Fuimos “el granero del mundo”, la quinta o sexta potencia mundial, la tierra elegida por los inmigrantes, el ejemplo de los movimientos obreros y los derechos civiles, laborales y sociales, pero nos caímos solitos de cada logro al que arribábamos. Nos enfrentamos y matamos entre nosotros, nos derrocamos en el ‘30, el ‘55, el ‘62, el ‘66 y en el ’76, nos secuestramos y torturamos, nos traicionamos y nos hundimos en la mugre del fraude, la proscripción, el estado de sitio y las violaciones constitucionales.
Nos convertimos en enemigos, unos de otros, y la sangre argentina derramada por los mismos argentinos ha sido la característica más negra y funesta de nuestra propia historia. Con la corrupción como modelo, los negociados políticos y las connivencias putrefactas de siempre, nos robamos a nosotros mismos, ensuciando y depravando ese camino por el que transitamos como integrantes de esta nación.
Nos llenamos la boca hablando del ser nacional, de la patria y el patriotismo, pero fuimos cómplices de cuanto atorrante y desfachatado llegó al poder para robar, negociar y vender nuestro propio futuro. Jugamos a unirnos, a identificarnos, a luchar por las esperanzas comunes, pero en realidad nunca aprendimos de los errores y los seguimos cometiendo día a día.
Hicimos de la política el negocio más rentable, de la traición y deslealtad un modo de vida, de las elecciones un chiquero apestoso donde todo vale, despreciamos los verdaderos valores nacionales y nos encargamos de hacer todo lo posible para empantanar el presente e hipotecar nuestro futuro.
Miramos para otro costado cuando vendían nuestro territorio, o entregaban nuestra soberanía, idolatramos y vivamos a corruptos y asesinos, mientras despreciábamos a nuestros auténticos héroes, construimos ídolos de barro, alimentando un falso nacionalismo que no nos sirve de nada ni a nadie. Nos levantamos, empezamos a crecer y nos volteamos nosotros mismos, depositando confianza en quienes no se la merecían. Amamos a los “vende patria”, a los ladrones de cuello blanco, a los inservibles del poder y nos esmeramos en odiarnos y separarnos por los más banales motivos. Todo es bueno y justificado para ponerse en la vereda contraria a cualquier argentino.
Tenemos un país maravilloso, un territorio indudablemente bendecido por la mano de Dios, pero nos falta identidad, integridad y unión nacional, para poder entender algún día que si no nos unimos, que si no aprendemos de los errores y dejamos de ser enemigos de nosotros mismos, no vamos a crecer ni madurar jamás.
Construyamos un verdadero sentimiento nacional, edifiquemos una Argentina pensada por y para los argentinos, sin intereses personales ni mezquindades políticas de ninguna naturaleza, y tal vez así, en el bicentenario de la independencia podamos demostrar al mundo que ya no es cierto aquello de que “el problema de la Argentina, somos los argentinos”.-